sábado, 29 de enero de 2011

Y ENTONCES ELLA VOLVIÓ

Allí estaba como si nunca se hubiera ido. Mis pelos destrozados, seguro que hasta veía como mis mechones en el suelo yacían, la contemplaban como si de una imagen fantasmal fuera. La sentía detrás de mí, observándome.

Y al darme la vuelta y ver como ella se tornaba real, cómo tras la cortina de humo, que sacaba de su boca lentamente, decía "Hola" como si no hubiera pasado el tiempo. Me moví rápido, colocándome de nuevo sobre la máquina de escribir y ver que no tenía nada escrito. Me quedé helado, era cierto o una alucinación. Ella era parte de mí como yo de ella, un mero personaje; yo le daba la vida, podía darle la muerte. Cuando llegué a su posición la vi desde mi altura, sentada en el sillón con las enormes y ahora morenas piernas, acabando en unos zapatos de tacón rojo. Dio una calada más a su cigarro y cuando expulsó el humo me miró desde su posición más baja, como si mirara al cielo, a un falso dios:

−Qué tal estás, guapo.

−¿Dónde has estado?−Pude articular.

Había cambiado un poco, era ella, pero su cuerpo era más tornasolado, más moreno, aunque su territorio de pecas no había muerto, su sonrisa permanecía allí y aún más, seguía teniendo ese bello pelo rojo. Pero sus ojos habían cambiado un poco. No sabía aún qué había en ellos pero algo había cambiado.

−Necesitabas un descanso.

−¡Yooo!−noté mi tono de pregunta, mezclado con miedo, pero sobre todo de por qué.

Dio otra calada como si no le importara nada, yendo a su ritmo. Me fijé en que el carmín rojo de sus labios dejaba marca en el filtro blanco del cigarrillo. Sus manos seguían cuidadas, su piel fresca y, a pesar del humo del tabaco, podía oler su perfume. El vestido también era rojo, parecía como si todo su conjunto carmesí, se hubiera convertido en una señal de bienvenida, mas de prohibición.

−Eres un pensamiento−sus ojos me asaetearon−podrías venir aquí en el mismo momento que voy a plantar mis dedos en las teclas... de donde quieras que estuvieras. Ella, descruzó las piernas y se levantó. Ésto hizo que retrocediera hasta caer en mi silla, ahora, yo era el que miraba a la diosa:

−Sólo soy aquello que tú has querido−me señaló con los dedos que sujetaban el cigarro, de éste cayó la ceniza al suelo.

Sus ojos eran aún de un profundo verde. En ellos veía algo, era como si mi creación me lo escondiera. ¿Dónde estuvo? ¿Dónde la dejé? Las miradas se anclaron la una en la otra y seguí sondeando dentro de ella. Era como si en ese verdor vagara una oscuridad personificada en un líquido negro como la pez. "¡¡ÉL!! Quién era él!!" Mis ojos se movían rápido, las imágenes me asaltaban estaba en su mente en lo que había experimentado, estaba donde ella estuvo...

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