domingo, 2 de diciembre de 2012

Micro versión II

Como decíamos en la entrada anterior, el mismo texto fue usado, excepcionalmente, por otra genial escritora.

La puerta prohibida.

Por María José Mandamás.

Basado en FANTASMA de William E. Fleming.
                                                                          Tenía miedo de que aquellas personas siguieran en la casa. 
                                                                          Desde su ático, recogió la bola de su tobillo, 
                                                                          viendo cómo se alejaban asustados.



Matías y su madre eran los encargados de abrir cada mañana. Los Señores llegaban poco después. A media mañana, cocineros y camareros llenaban el lugar con el ruido de platos, cubiertos y ollas. Matías ayudaba a su madre con la limpieza. A la una llegaban los clientes, se sentaban en las lujosas mesas y disfrutaban del festín a la carta.
Pero Matías no hacía caso de ellos. Cada día al terminar el servicio, cuando todos se retiraban a la cocina a comer, la Señora subía hacia la puerta prohibida, la única estancia que su madre nunca limpiaba, llevando una caja entre sus manos.
Aquel día Matías siguió a la Señora. Subió a hurtadillas tras ella, en un intento de saciar su curiosidad infantil y conocer el secreto de aquella habitación. Al acercarse le pareció escuchar sollozos y algún quejido. Al ver que la Señora se giraba, se arrebujó nervioso tras unas cajas arrinconadas intentando no ser descubierto. Entonces la vio salir azorada con un pañuelo en sus manos. Por un momento tuvo que ahogar un grito de sorpresa y temor; la Señora se limpiaba de las manos un líquido espeso de un color similar al del vino. Sangre.
Matías sabía que la Señora volvería así que decidió apresurarse. Con pasos torpes se alejó del escondite aproximándose a la puerta; nunca antes había visto que estuviese abierta. Sus dedos acariciaron el pomo, empujándola suavemente. La negrura de la estancia congeló su pequeño corazón.
Estático, se fijó en unos ojos plagados de miedo que le miraban fijamente. Balbuceó un "hola" y se acercó al joven, que permanecía quieto con una bola en sus manos. Matías vio que la bola estaba sujeta al tobillo del chico y que sangraba. Quiso ayudarle; se quitó el chaleco para cubrir el metal lacerante protegiendo la piel, pero el joven se retiró y lanzó la bola al niño, haciendo estallar su cráneo.
Matías fue expulsado por la puerta del ático. Su cuerpo inerte yacía en las escaleras. Tras él, un joven unos años mayor, desgarbado y enloquecido, sujetaba la bola manchada de sangre y sus ojos rezumaban terror e ira. Gritaba. Todos acudieron al vestíbulo y al alzar la cabeza quedaron paralizados ante la tragedia. La Señora palideció y la madre de Matías se deshizo en gritos y llanto. El servicio huyó despavorido ante la visión.
El joven permaneció de pie viendo como todos se alejaban asustados.

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