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Las arenas, a lo lejos,
en el horizonte, esparcían un manto rojo sobre el cielo de tonos
azulados; leves pinceladas ocres y rosadas se mezclaban en el
paisaje. Hace años el planeta empezó a ser terraformado, convertido
en un dulce hábitat para que la humanidad se lo comiera y luego
escupiera como habían hecho con la Tierra.
Un hombre andaba despacio. Su sombra jugaba con la tierra rojiza, dejando su calzado negro manchado por el polvo que se levantaba. Sus pensamientos se mezclaban con el dolor de la muerte. El fin del tiempo para otro humano, no, para un Dios que había creado este mundo. Entre sus manos descansaba una urna plateada.
Un hombre andaba despacio. Su sombra jugaba con la tierra rojiza, dejando su calzado negro manchado por el polvo que se levantaba. Sus pensamientos se mezclaban con el dolor de la muerte. El fin del tiempo para otro humano, no, para un Dios que había creado este mundo. Entre sus manos descansaba una urna plateada.
––Trajiste la
creación a un planeta que parecía moribundo. Con tus manos
modelaste el pasado de una tierra y el futuro que acontecerá a un
nuevo mundo para el ser humano.
––Fuiste el Dios que
todo ser viviente necesita –tradujo para todos la bacteria
traductora en nuestros cerebros–, el humano que nos creó, guardó
nuestra historia y dejó que conociéramos el infinito en las páginas
–el personaje de piel escamosa y ojos amarillos pestañeo.
El humano, dejó
resbalar una lágrima por su mejilla, huidiza de la cárcel de sus
gafas oscuras; pronunció una letanía en lenguaje marciano, para
dejar caer el polvo del interior de la urna esparciéndose por el
aire. Las cenizas formaron un remolino que se unió al polvo de la
tierra, en un vals perfecto alzándose en la atmósfera. Ahora el
hombre conocido como Ray Bradbury, viviría por siempre en el planeta
rojo.
1 comentarios:
Fantástico homenaje.
Un abrazo.
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