El
primer momento que había puesto su dedo índice en una de las letras de la
máquina le cautivó ese sonido. No comprendía que estaba haciendo pero seguía
picando con sus dedos negros sin pensar nada más que en el sonido, como una
gallina el suelo cuando tiene hambre, en busca de comida. Al final, cuando se
cansó, miró lo que había hecho...
—Muy bien —le dijeron dándole su recompensa.
El centésimo mono había conseguido lo que ninguno
otro... crear un soneto shakespeariano.
1 comentarios:
Buen micro. En realidad me siento algo identificada con ese mono, porque a mi me ocurrió algo parecido. Me puse delante de una página en blanco, y tras lanzar a la papelera cien o doscientos intentos descabellados de relato, al final, extasiada vi que una linea se asomaba a lo que puede denominarse: mediocridad.
Me gusta tu blog.
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