lunes, 24 de septiembre de 2012

HISTORIAS EN LA AZOTEA: Best seller

BEST SELLER





Pues tenemos un juego más en HISTORIAS DE LA AZOTEA. Esta vez me toca terminar uno de las dos partes iniciadas en el juego. Este consistía en que uno de nosotros creaba una historia y el siguiente, debía obtener otra basada en algo de la anterior pero cuyo personaje princial fuera el siguiente. Como yo terminaba la rama, debía basarme en Bibiana Pacilio... Asi que, disfruten del cuento.

Tambien darle las gracias al «editor» de todos los juegos Juan Esteban Bassagaisteguy.

I
Sus manos no olían a cadáver y muerte sino a una fragancia de rosas frescas. Cuando ella las apartó de sus ojos, con una sonrisa y un «Feliz Retiro» seguido por un coro de sus amigos de la oficina, sintió que podría volver a vivir. Pero siempre se equivocaba con todas las cosas que suponía fuera de las horas de trabajo.
Las risas inundaban toda la sala, los compañeros le vitoreaban, le daban aplausos, sonrisas, silbidos, convirtiéndole en el centro de atención. Nunca le gustó eso.
—Muchas felicidades compañero —los labios de Gladis se le marcaron en la mejilla. De aspecto risueño, labios siempre pintados y uñas perfectas, Gladis, era la secretaria que todo jefe quisiera tener. Eficiente, rápida, y siempre alegre. Casi como la madre de todos. Llevaba unas gafas de estilo cat eye, un poco viejas para la moda actual pero ella era así muy sesentera.
—Hey. —Alberto le puso un gorro de aquellos picudos de cumpleaños en la cabeza—. Dejadle, que tiene que cortar el trozo de pastel. —Todos se apartaron haciendo un pasillo hasta dejar ver una enorme tarta con forma de persona asesinada y el contorno de tiza hecho con fresas—. Vamos compañero, dale un buen aguijonazo. —Y este le tendió un cuchillo para el primer corte. Cuando atravesó, casi con saña, el dibujo de la figura del moribundo, todos gritaron y aplaudieron. Él, únicamente pudo cortar su sonrisa y petrificar una tristeza al recordar a Bibi.
—Yo quiero quedarme con la pierna derecha —dijo una voz desde el fondo. Los demás volvieron a reír.
La música subió. La gente cogía un trozo de cada parte del cuerpo. Gladis le sonrió con un poco de tarta en los dientes tiznándolos ligeramente de negro.
—Es una pena que te jubiles, Sebastian —lanzó un ataque al trozo de tarta que tenía en el plato de plástico desechable. Casi se le cae al suelo, como un bailarín en la cuerda floja, consiguió salir vivo—. Todos te vamos a echar de menos aquí.
—Hey —desde la lejanía Alberto le lanzó una figurita: era un viejo soldado de juguete, emblema de la división. Viejo, quemado y con una sola pierna como en aquel cuento—, Hombre de Hojalata. Parece que ya no vas a necesitar eso —dijo señalando a la identificación. Una reluciente placa dorada y verde. En las partes verdes rezaba: POLICÍA DE COLOMBIA. POLICÍA NACIONAL. DIOS Y PATRIA. Coronando la insignia un cóndor de los Andes con las alas extendidas.
—Ohh, sí —sentenció con una sonrisa despistada—. Los hábitos son difíciles de eliminar. —Hizo el ademán de devolver la identificación pero Alberto le sonrió: «No te preocupes ahora tenemos que celebrar que has terminado sin una bala en tu cráneo» dijo riendo mientras le tocaba la frente con el dedo índice. Las personas alrededor rieron la gracia. Sebastian sintió sus mejillas sonrojarse.
Pueden leer el resto de los capítulos en el blog: HISTORIAS EN LA AZOTEA: Best seller

1 comentarios:

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

William, no tenés que agradecerme nada: hiciste un excelente trabajo con "Best seller". Un cuento, si vale la expresión, ¡de p#t@ madre!
Un abrazo.

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