lunes, 14 de febrero de 2011

EL DÍA DE SAN VALENTIN AVANCE

Con la luz matutina, los rayos del son entraban furtivos en una habitación vacía de pesadillas nocturnas, llena de amor y sexo... Uno de los rayos se posó en el tobillo de Emma, y mientras pasaban los minutos, en los cuales mi sorpresa tomaba forma, el rayo se deslizaba por su pierna, su muslo, su cadera, como si el mismísimo dios Helios la acariciara.

Su cuerpo, se movió en respuesta del calor, que entraba por la ventana abierta. Los pájaros empezaban a cantar sus dulces melodías, invitándole a salir del reino de Morfeo. Emma sacó un hombro de entre las níveas sábanas, se estremeció cuando el rayo de sol le acarició el brazo, posándose en su hombro, esperando...

Con las manos ocupadas, toqué con el hombro la puerta, esperando que no hiciera ningún ruido. Entré en la habitación y comprobé la escena afrodisíaca:

Las cortinas, se mecían ante una suave brisa que entraba por la puerta del pequeño balcón. Un pájaro se posó en la barandilla, y cantó durante unos segundos una dulce melodía para luego levantar el vuelo y marcharse.

Emma yacía en su lado izquierdo de la cama, pero con todas las sábanas enrolladas sobre sí misma. Su cabello, rojo fuego, brillaba de forma espectacular con la luz de la mañana y su tono de piel resaltaba más su belleza, con el blancor del conjunto. Ahora, comprendía porque estaba tan insistente, con el sumo gasto que conllevaba esas sábanas.

Dejé la bandeja cerca de la cama y cogí el capullo de rosa blanca. Me acerqué al lado de donde ella dormía, en la quietud de la mañana, podía oír su respiración, su calmada y acompasada respiración.

Con la flor, recorrí su cuerpo fuera del calor de las sábanas: sus pies, que se movieron en un espasmo, le hacía cosquillas. Su muslo, terso y firme, y el hombro con el tatuaje de una rosa y la inscripción: SPINARUM COR.

Aparté el cabello y le soplé lentamente en la oreja. El pendiente de diamantes, de la abuela Gretchen, brilló al contacto con los rayos del sol, sería una señal de buen augurio ante lo que me esperaba. No obtuve ningún resultado, volví a soplar, algo más insistente; esta vez, Emma hizo una mueca aún dormida. Otro soplido, como si una mosca, le estuviera zumbando en el oído, la apartó con la mano. Ya estaba casi despierta, se movió, colocándose boca arriba.

Morfeo no quería darme cual Perséfone.

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