El
primer momento que había puesto su dedo índice en una de las letras de la
máquina le cautivó ese sonido. No comprendía que estaba haciendo pero seguía
picando con sus dedos negros sin pensar nada más que en el sonido, como una
gallina el suelo cuando tiene hambre, en busca de comida. Al final, cuando se
cansó, miró lo que había hecho...
—Muy bien —le dijeron dándole su recompensa.
El centésimo mono había conseguido lo que ninguno
otro... crear un soneto shakespeariano.